martes, 20 de mayo de 2014

ESTE PUEBLO NECESITA JERARQUÍA - Manuel Galvez


La más terrible enfermedad que hoy padece nuestro país, es el trastorno de todos los valores. ¿Cuántos hombres están verdaderamente en su puesto? Y en nuestra vida individual, ¿damos el más alto lugar a lo que es superior y el último lugar a lo que debe estar más bajo? ¿Y hay alguien que se preocupe de restablecer la jerarquía que es absolutamente necesaria en una sociedad civilizada?

La palabra “jerarquía” no tiene solamente un sentido político y autoritario. No hay jerarquía allí donde, como entre nosotros, lo material predomina sobre lo espiritual. Esto ocurre lo mismo en el individuo que en la sociedad. ¿Quién, en este país, reconoce que los valores espirituales – la religión, la filosofía, las ciencias, las letras, el estudio, la moral – deben ocupar un buen espacio en la vida del individuo y del pueblo, restando siquiera un poco a las cosas que son exclusivas para los unos o los otros: la politiquería miserable, el cabaret o la boite, los negocios y las cosechas, el foot-ball y las carreras? No puede haber jerarquía en la sociedad si cada hombre no la practica en sí mismo, si no se la impone a sí mismo. Si esto no sucede, será necesario que la imponga el Estado en la sociedad, de donde se extenderá a lo íntimo de los individuos.

En otro tiempo, hubo en este país algún sentido de la jerarquía. Pero lo hemos perdido en absoluto. La democracia y el periodismo sensacional lo han arrasado. Se ha confundido la igualdad ante la ley con el derecho a aspirar a todas las posiciones. El congreso se ha llenado de ignorantes; individuos analfabetos o semianalfabetos han llegado a ocupar empleos de relativa importancia; personas sin cultura especial han asaltado la enseñanza secundaria. Para algunos gobiernos fue un título el llevar un apellido conocido o pertenecer a los grandes clubs; para otros, pertenecer a los comités de su partido. La preparación fue siempre lo de menos. La amistad, la “cuña” y el electoralismo han llenado en este país los cuadros de la jerarquía administrativa.

Igualmente nefasta, si no más, ha sido la obra del periodismo sensacional. Durante treinta años, se ha estado interrogando, sobre los más complicados y los más graves problemas mundiales – económicos, políticos, sociales – al hombre de la calle, al primer sujeto que pasaba frente a las redacciones. ¡Monstruoso culto de la incompetencia! Individuos que apenas saben leer, opinaban sobre el tratado de Versalles o sobre la pena de muerte. ¿Cómo no habrían de creerse con derecho para saberlo todo, si sus palabras y su retrato salían en el diario de su devoción? ¿Y hay cosa más grotesca que ciertos reportajes sobre la actualidad política europea a desaprensivos señores que acaban de desembarcar, después de haber recorrido en dos meses seis naciones? Hubo un tiempo en que la comisión de Bellas Artes estaba constituida por médicos… No, aquí cada hombre no está en su puesto.

Hace poco, sin embargo, algunos hombres estuvieron en donde debían estar. Fue durante el gobierno de Uriburu. Entonces, a los criminales y a los ladrones se les encerró en la cárcel; a los tenebrosos y a los delincuentes sociales se les expulsó del país; y a algunos temibles asesinos, decorados de ideologías subversivas, se les pegó justicieramente cuatro tiros. Tuvo el general Uriburu el sentido de la jerarquía, y si no la impuso fue, sencillamente, porque eso no se impone en un año y porque, en esta como en otras cosas, debió luchar contra algunos de sus mismos amigos y contra la resistencia del país, envenenado por el liberalismo.

Pero la jerarquía no consiste, como parecen creer algunos conservadores a ultranza, en que gobiernen solamente los adinerados, los que tienen un apellido conocido, los socios de los grandes clubes sociales. La jerarquía exige que gobiernen, aunque provengan del más bajo pueblo, los más entendidos, los más enérgicos, los más laboriosos. Y también los más argentinos. Pues, ¿no es intolerable que formen parte del gobierno del país , en calidad de diputados o de concejales, extranjeros sin patria, que no sienten, y es lógico que no sientan, el alma argentina ni las tradiciones espirituales e históricas de nuestra tierra?

La jerarquía no se opone a la igualdad. Todos somos iguales ante la ley y ante Dios. Todos somos iguales en la calle, en el tranvía, en el cinematógrafo. El que ha cometido una estafa debe ir a la cárcel, aunque lleve un nombre ilustre. Pero cada cual no debe opinar públicamente sino sobre lo que sabe, y cada cual no debe aspirar sino a las posiciones que es capaz de ejercer. La jerarquía es necesaria al conjunto del país. Así como en la ejecución de una ópera la parte del que toca el más modesto instrumento, o la del que corre con el movimiento de los telones, es tan indispensable como el arte del tenor o el del director de la orquesta, así en las sociedades todos los cargos y las situaciones, hasta los más insignificantes, son igualmente indispensables. Tan necesario es el ministro como el barrendero, el escritor como el vigilante. “Cada hombre en sus puesto” es la fórmula de la jerarquía. Y si cada hombre cumple con su deber y tiene la conciencia de que desempeña una función necesaria para el país, entonces todos trabajan con alegría y con entusiasmo. Si cada hombre no comprende la utilidad de su función y aspira a lo que no es capaz de realizar, entonces sobreviene el descontento, con sus funestas consecuencias individuales y sociales.

No recomiendo la resignación, sino algo muy distinto. Cada hombre debe conocer sus capacidades y sus limitaciones, y proceder según ellas. Cumplir con su deber austeramente, realizar cada uno su función con fe en la Patria y con entusiasmo, no es resignarse. Hay que vivir menos para nosotros mismos y más para la vida colectiva del país. Cada hombre debe actuar, pero sin perder su personalidad, como una pieza en la inmensa máquina del Estado. Igualmente cumple el émbolo que el pequeño tornillo. Que sea jefe el que tenga aptitudes para mandar y para realizar. Los demás cumpliremos nuestras funciones alegremente, como soldados de un regimiento en marcha.

Un pueblo sin jerarquía es una tribu, una simple masa humana que no dará nada al mundo. Y no hay jerarquía allí donde no hay autoridad, que es lo que ocurre entre nosotros. Pues de nada sirve que el que ha de gobernar tenga títulos para ello sino quiere ejercer su autoridad o no sabe hacerlo, o si el pueblo no se la reconoce.

Sé que por medio de artículos periodísticos no alcanzaremos la juventud, ni la jerarquía que ha de salvarnos. Pero yo cumplo con mi deber. Realizo la jerarquía al proceder como escritor, diciendo al país algunas sencillas y necesarias verdades. Otros se encargaran de hacerlas penetrar en el pueblo. Otros se encargarán de darles aun mayor vida, de ponerlas en acción. Pero no olvidemos que este problema de la jerarquía, que esta tragedia argentina de la falta de jerarquía, es antes que nada una cuestión moral. Hemos perdido el sentido de la jerarquía porque nos ha envenenado la vanidad, porque nos hemos dejado vencer por la molicie, por los placeres, por las ambiciones insensatas. Hay una terrible crisis moral en este pueblo. Los remedios que habrán de salvarnos son varios. La jerarquía es uno de ellos.

NOTAS AL CAPITULO VII

...restablecer la jerarquía... - Indudablemente, hay en este país una grave crisis de jerarquía. Pero ¿hubo verdadera jerarquía alguna vez? De cualquier modo, la haya habido o no - la que cabe dentro de un régimen demoliberal - , yo no me he referido a esa clase de jerarquía. La palabra «restablecer», por siguiente, es inexacta. Pero fue preciso emplearla en el diario en que se publico, y aun incluirla en el titulo, por tratarse de un diario que responde a las tendencias democráticas y liberales. No hay ninguna jerarquía que «restablecer». Hay que «crear» la verdadera jerarquía. Hay que lograr que cada hombre esté en su puesto, cosa que no puede ocurrir en un Estado demoliberal y parlamentario.

¿Quién en este país reconoce...? - Entre nosotros, el político, el ganadero, el agricultor, el viveur y el carrerista consideran que las cosas más importantes son la política, la ganaderia, la agricultura, la buena vida y las carreras, respectivamente. No hago comparaciones. Sólo pongo algunos ejemplos. Ellos no dan a la filosofía, a las ciencias, a las letras, a la religión, a la ética, el primer lugar que les corresponde en la jerarquía de los valores humanos. No ocurre esto en Francia, ni en Alemania, ni en Italia, ni en ninguna otra nación. Y no hay duda de que los gobiernos pueden realizar una obra enorme en el sentido de imponer los valores espirituales. Véase, sino, el caso de Italia. Mussolini dedica una extraordinaria atención a las industrias, a la agricultura, a los deportes, a la ganadería, a la vialidad. Pero el primer lugar lo da a las cosas del espíritu. Basta considerar el sitio que ha otorgado a los miembros de la Academia de Italia - escritores, artistas y hombres de ciencias - en la jerarquía del Reino. En cuanto a su obra de moralización, es increíble todo lo que se ha hecho. Mientras hace veinte años - para poner un ejemplo - la inmoral propina era en Italia una institución nacional, hoy apenas existe. Y ha terminado en absoluto con la maffia, que florece entre nosotros.

Se ha confundido la igualdad ante la ley con el derecho a aspirar a todas las posiciones. - En tiempos del llamado «régimen» se daba mayor lugar que ahora a la capacidad. Pero el partido radical - cuyo advenimiento, al significar la substitución de una clase por otra, fue una verdadera revolución - debió llevar a las posiciones administrativas y políticas a sus adherentes, que, en multitud de casos, no eran personas capaces de desempeñarse con eficacia. Hubo hasta ministros de escasa cultura, y no hablemos de lo que llegó a ser el Congreso. Estos hechos indiscutibles infundieron ambiciones desmesuradas en todos los ciudadanos. El mal cobro arraigo. Y hoy parece imposible que pueda desaparecer.

Igualmente nefasta, si no más, ha sido la obra del periodismo sensacional. . Los «pasquines», como hay que llamar a ciertos diarios de escándalo y de chantage, no han hecho otra cosa, en veinte años, que injuriar y desprestigiar al talento, a la honradez, a la cultura, y ensalzar la estupidez, el vicio y la ignorancia. Han sido elogiados los ladrones hábiles, los asesinos «simpáticos». En varias ocasiones se ha dedicado la primera página, íntegramente, a la fotografía del estafador o del criminal que acababa de hacerse célebre; es decir que se le dio igual importancia que al Presidente de la República que termina o que empieza su gobierno. El procedimiento de hacer parte del diario a base de reportajes tiene que producir resultados desastrosos en un pueblo donde, como en el nuestro, la vanidad es el primero de sus defectos. Todo esto, unido a las consecuencias de la democracia, a esa misma vanidad y a otras características de nuestro pueblo, ha trastornado las jerarquías morales, sociales e intelectuales.

Tuvo el general Uriburu, el sentido de las jerarquías.. - Esto lo digo teniendo en cuenta más sus intenciones que su obra. El general Uriburu no procedió de acuerdo con un concepto jerárquico bien entendido al llenar la administración con personas de su familia. Con la misma libertad con que he elogiado algunos de sus actos, diré que no se ha conocido en el país un caso tan evidente de nepotismo.

Cada hombre debe actuar, pero sin perder su personalidad, como una pieza en la inmensa máquina del Estado. - Elestatismo, para emplear una palabra en boga, que significa esta frase, aparece atenuado por el concepto de personalidad. Esto es lo que nos separa fundamentalmente del comunismo. Queremos que el Estado lo sea «casi todo», pero sin absorber completamente la personalidad humana. El hombre tiene una alma inmortal, razón por la cual no debe desaparecer dentro de la institución de carácter material y perecedero que es el Estado.

Gálvez, Manuel: Este pueblo necesita, Librería de A. García Santos, Bs.As., 1934, p.p. 75-86

Fuente:
http://tradicionliteraria.blogspot.com.ar/2014/05/manuel-galvez-este-pueblo-necesita.html

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